14/2/13

La magia amorosa en España (1)

Los pantalones del cura. Amor sin complicaciones

PERLAS DE HEMEROTECA

En las serranías leonesas se refugia una España medieval y desconocida. Las mozas hilan y tejen sus vestidos (Foto. Erik)  

Luis G. de Linares publicó en 1929, en la revista Crónica, un interesante artículo típico de la España profunda. El tema es la búsqueda del amor. En el reportaje nos muestra varios rituales; uno, que nos recuerda las formas de vida medievales, que realizaban las mujeres en el pueblo leonés de La Baña; otro lo realizaban la noche de San Juan las mozas sorianas, desnudas ante un espejo, para descifran el futuro de sus amores; lo titula: Las vírgenes desnudas de Berlanga de Duero.

La magia amorosa a veces adquiere un carácter criminal. En la serranía leonesa, una mujer ha herido en distintas ocasiones a su hijo para elaborar con la sangre de la criatura un filtro amoroso. En la fotografía las vecinas contemplan el traslado a la cárcel de la indigna madre. (Foto. Erik)

En amor medieval de La Baña

"La Baña. ¿No conocen ustedes ese pueblo? No lo conoce nadie. Llegue un anochecer, después de cinco jornadas de marcha por las sierras de León. No había ni camino no vereda. La gente me decía:

—La Baña es el fin del mundo, señor.

En el fondo de un valle rodeado de ásperas montañas, la sorpresa de un pueblo de dos mil almas, que desde lejos parecía amable, sonriente y acogedor...

Era un pueblo medieval, donde no se conocía la moneda, donde no había ni médico ni botica. Las gentes no entendían la palabra «automóvil». Vivían como hace mil años, sin poderse asomar a la civilización actual, bloqueados por las nieves. Pueblo silencioso, sin una risa, sin una voz. Sólo las carretas que iban por hierba se atrevían a cantar con sus ejes de madera:

Nirri-ñarre, ñirri-ñarre.

Única expresión de la felicidad. Cuentan que una madre bañesa perdió a su hijo. Iba detrás de los mozos que se llevaban al muerto.

—¡Adiós, Plácido!—le decía.

—¡Adiós, Plácido, buen Plácido, Plácido bonito!

¡Lla ñum vas pullas treitaderas sentao ñas angarilles. Cantando «Nirri-ñarre, ñirri-ñarre, ñirri-ñarre».

En La Baña no había médico ni botica. Al menos, hace tres años, cuando yo estuve allí. Había un curandero, dos brujas y los restos de unos pantalones milagrosos que pertenecieron, hace medio siglo, a un cura de la región.

El amor, en La Baña, carecía de complicaciones.

 
En la imagen superior los padres de un niño robado por un hechicero en los alrededores de Úbeda, y que luego fue hallado muerto en el campo, declaran ante el juez. Abajo, las mocitas de La Baña aguardando el rapto anual, las «ceibas», que las inicia al amor.(Foto. Erik)

Para ahuyentar los demonios de la esterilidad

En primavera, la víspera de dar comienzo a las faenas del campo, hay un baile en la plaza de La Baña. Asisten las mozas que tienen más de doce años. Al anochecer, los mozos eligen pareja, y, por agrado o por fuerza, se la llevan a un pajar, donde cohabitan con ella durante todo el verano hasta el día de San Miguel. A eso le llaman las ceibas.

Los padres de las mozas sólo experimentan un temor: que éstas sean estériles. En La Baña los hombres prefieren casarse con mujeres que ya tengan hijos mayores, para que les ayuden enseguida a las faenas del pastoreo. ¡Es tan difícil criarlos! ¡Mueren tantos!
¿Que los chicos no son suyos? ¿Y qué más da? Además, transcurrieron tantas ceibas desde que ella y él eran mozos, que ¿quién sabe...?

Las viejas son casi siempre un poco brujas y otro tanto curanderas. La hechicera de La Baña es la vieja desgreñada que aparece en la fotografía. (Foto. Erik)

 Cuando la mujer se casa, aunque lleve en dote media docena de hijos, el marido exige que tome todas las precauciones posibles para que continúe aumentando la prole. Y entonces se recurre a la magia amorosa.

La noche de bodas transcurre en la habitación común, y en presencia de toda la familia. Cuando la pareja se dispone a consumar el matrimonio con algo más que ceremonias, la madre de la novia se acerca al lecho conyugal —que es una tabla cubierta con paja— y rocía a los recién casadas con una espiga de trigo (símbolo de la abundancia) mojada en agua bendita.

—¡Que prenda, que prenda!—grita.

El padre, mientras tanto, para ahuyentar los demonios de la esterilidad, barre hacia fuera con unas retamas, mientras recita esta fórmula mágica:

Bicho «malino» fuera de «aiqui»,
que el agua bendita va «trai» de ti.

Plácida, la propietaria de los pantalones milagrosos de cura de La Baña. (Foto. Erik)

A veces, a pesar del agua bendita, de la espiga de trigo y de la fórmula mágica, la mujer no tiene hijos. Entonces recurre a los pantalones de un cura que hace muchos, muchos años, operaba milagros a millares en La Baña. Los pantalones, por lo visto, los siguen haciendo, aunque de una índole distinta a los que llenaban de gozo el alma de su santo propietario. Cuando una mujer estéril se frota bien la barriga con ellos, se torna fecunda al instante. Cuando un hombre olvida sus deberes conyugales hay que colocarle los mágicos pantalones debajo de la cabeza mientras duerme, y se vuelve más enamorado que un mozo de diez y ocho años.

En La Baña no se usan filtros de fidelidad. ¿Para qué? El amor no encuentra dificultades ni se complica con celos. La única preocupación es la esterilidad, y con los encantamientos de la noche de boda y la ayuda de esos pantalones —que seguramente en un descuido de su propietario calzó el Demonio para engañar a las futuras generaciones de bañeses—, este problema queda resuelto.

La magia, en La Baña, no se emplea solamente para los amores humanos. Si es interesante que la mujer tenga hijos, que la vaca tenga un choto lo es mucho más. Los pantalones del cura, pasados a contrapelo sobre el lomo de las bestias, aleja de ellas los demonios de la esterilidad".


Luis G. de Linares: revista Crónica, 1929.
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