25/1/10

La corrida de pollos

PERLAS DE HEMEROTECA

Detalle de "La carrera del gallo", escena costumbrista de Juan José Gárate, 1919
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En el programa oficial de Fiestas de San Lorenzo. Huesca. 1959, encontramos el cuento del escritor oscense Luis López Allué titulado La corrida de pollos. Otro gran escritor, Enrique Capella fue igualmente colaborador de los programas oficiales de las fiestas de Huesca. Capella se ditinguió por ser uno de los impulsores del renacimiento del deporte en la capital del Alto Aragón. Y también fue autor de un sabroso Pregón de fiesta, inspirado en los tradicionales pregones que se echaban antes del comienzo de las "corridas de pollos".

Siguiendo la retahíla de escritores aragoneses que se han fijado en estas pruebas típicas del “olimpismo” aragonés, para incorporarlas como eje central de alguno de sus cuentos o novelas, podemos citar a Miguel Allué Salvador con La mejor carrera (1927), Ricardo del Arco en Tierras de maldición (1925) o Cosme Blasco Val "Crispín Botana", autor de Las fiestas de mi lugar (1899).
Otros escritores se inspiraron en las "corridas de pollos" para componer coplas, poesías o romances. Y si rebuscamos entre la bibliografía aragonesa con aires costumbrintas aún encontraremos obras curiosas, como La Godinica, boceto cómico-lírico, de costumbres aragonesas en un acto y cuatro cuadros, escrita por Agustín Pérez Soriano en 1901.

Alguna obra se nos queda e el tintero, pero vamos con el cuento, la "perla", de Luis López Allué que traemos en esta ocasión. Uno de los protagonistas había ganado "pollos a manta" en Talamantes, en Crivillén, en Fuentes de Ebro, en Ejea, en Ateca y en otros muchos pueblos y villas. En realidad los hubiera podido ganar en casi todos los pueblos de Aragón.

El cuento lo vamos a ilustrar con obras de grandes pintores costumbristas y con fotografías de época.
Marín Bagüés pintó el óleo "Carrera de pollo", 1953
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"Amaneció el gran día, 27 de Septiembre, San Cosme y San Damián, patronos del pueblo. El cielo, transparente y azul; radiante el sol; cálida y pura la brisa, como aliento de virgen. Por las calles de Mora de Sevil desbordaba, juguetona y bullanguera, la sana alegría de los campos. Desde la torre de la iglesia caían los repiques del metal en agudo martilleo, y las sonoras ondas dilatábanse por los aires hasta perderse en los socavones de las vecinas montañas. Prendiéronse las mozas, para asistir a la misa mayor, las arracadas de oro pálido y los mantos rameados con hilos de seda que ya sus abuelas guardaron en el viejo arcón de nogal, tabernáculo de aquellas reliquias, y los mozos se anudaron a la cabeza con estudiado desgaire el pañuelo de colores chillones y vivos, Olía el ambiente a flor de romero, a albahaca y a pan del horno.

Los vecinos de Mora de Sevil estaban satisfechos y hasta Orgullosos con la inusitada afluencia de forasteros. Precisamente la noche anterior fue una Sainz Barthélemy de carneros y ovejas cebonas, y en todos los patios veíanse, a la luz de los candiles y pendientes de una viga, las despatarradas y desolladas reses. Las teorías de Malthus..., pero Malthus nació en Rookery.

Más que al incentivo de comer pan a mantales en plaza tan bien abastecida, debíase aquella extraordinaria concurrencia a patorexia o ansias de emociones.

Dos renombrados y célebres andarines, de legítima cepa aragonesa, se disputarían aquella tarde en las carreras a pie, no la asendereada y afiligranada copa de oro, sino los tres consabidos y sabrosísimos pollos de corral.
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"La carrera del gallo", Juan José Gárate, 1919
Bueno es añadir que por encima de las gallináceas y de la orfebrería estaba la negra honrilla y excelsa fama de los corredores. Mora de Sevíl convertíase, pues, en campo de honor, en puente de Orbigo, en circuito, donde Pedro Alloza, de Tauste, y Teodoro Lagarda (a) Perrincles, del mismo Mora, probarían y medirían la agilidad de sus piernas y la fuerza de sus pulmones.

Era un buen mozo el de Tauste, recio, musculoso, de cara achatada y color cetrino. Perrincles, sólo contaba diecinueve años; su estatura no pasaba de regular, y era enjuto de carnes, de temperamento nervioso y de semblante aniñado y descolorido. Campeones los dos en muchas fiestas de lugar, nunca hablan corrido juntos. Alloza tenía en su favor la plenitud de la edad y de las facultades y hasta la experiencia en la lucha. El de Mora estaba en los comienzos, «no le aduyaba el pecho», según los inteligentes, pero sus piernas, en cuanto a ligereza y movilidad, parecían las de un sarrio, y sobre todo venía de raza. Era Perrincles la continuación de toda una perínclita y andariega dinastía.

Al padre de Teodoro, al tío Apolinar o siñó Polinario, como le llamaban sus convecinos, se le podía ahorcar aquella mañana con una vetica de seda. Tal estaba el viejo Perrincles de impaciente y nervioso. Durante la comida, él y sus comensales no cesaron de hacer cábalas y conjeturas acerca de la próxima carrera.

‑¡No tenga cudiau, siñó Polinario! ‑decíale un huésped‑; por donde salta la craba salta el crabito.


"Corrida de pollos" de Maluenda. Foto: http://jesusmaluenda.blogspot.com/

‑¡ Rediosla! ‑interrumpió el tío Apolinar‑; denguno hasta la fecha nos ha mojau la oreja a los Perrincles; y parodiando a Napoleón al pie de las pirámides, exclamó dirigiéndose a su hijo:
‑¡Alcuérdate de yo, de tu agüelo, del mío y de toda nuestra retalínea de antipasaus!

‑¡Otra pizca, Teodoro ‑repetía un tercero‑, que por la boca se calienta el horno!

Teodoro disimulaba su interior emoción: callaba y engullía carne, y trasegaba vino al unísono, o sea a cada pintanza un trago, a cada trago un vaso, y cada vaso de a palmo.

El tío Apolinar, que a pesar de sus cincuenta y pico se conservaba ágil y fuerte, y que a su gallarda y simpática figura de correctas y armoniosas líneas uníase su carácter expansivo y locuaz, entretuvo a los Invitados narrando sus hazañas de corredor.

‑¡De sol a sol ‑decíales con ademán solemne‑ me encajé muchas veces en la raya de Francia; y de sol a sol, en el preto del invierno, me planté en el puente de Piedra de Zaragoza.

Contó después algunos incidentes de sus victorias en Talamantes, en Crivillén, en Fuentes de Ebro, en Ejea, en Ateca y en otros muchos pueblos y villas donde ganó pollos a manta.

Sonaron las tres. En casa del tío Apolinar y en las restantes casas del pueblo continuaba 1a sobremesa, y con la sobremesa la charla de corridas y corredores.


"Pregón de la corrida", dibujo de Iñaki

Oyóse el redoble de un tambor, y se echó calle todo el mundo.

El mainate o el mayoral de los mozos, acompañado del alguacil, éste repiqueteando los palillos en el parche, y el otro izando un bieldo con seis pollos colgados de las púas, recorrían en pacífica manifestación las calles del pueblo.

Parábanse en cada esquina; y el alguacil, entonces, tosía fuerte, aquietaba las manos, y soltaba la lengua con el siguiente constitucional y lacónico pregón: «De orden del siñor Alcalde y de los mozos: el que quiera correr en la corrida de los pollos, que acuda al sitio acostumbrado: al primero se te darán tres, al segundo dos y al tercero uno. Que nadie sea usado de rempujarse el uno al otro, con pena de cinco duros y tres días de cárcel» . Terminada la arenga, vuelta al redoble y con el redoble a otra esquina.

El «sitio acostumbrado» o de partida era el barranco de Lobos, a unos cuantos kilómetros próximamente de la meta; y la meta o punto de llegada, la cruz que, sobre gradería de piedra, alzábase a la entrada del pueblo: o más exactamente, el mango del bieldo u horcón sostenido al pie de dicha gradería por el mainate. Allí pues, alrededor de la cruz, se congregó en pocos momentos inquieta y desasosegada muchedumbre. El viejo Perrincles se colocó junto al mozo del bieldo. Hallábase intranquilo, nervioso. Con extrañas muecas de labios y rápido guiñar de ojos, masticaba furiosamente un cuartelero. Si venía su hijo en primera línea, era un buen sitio aquél para lanzarle un grito de esperanza.

El bello sexo, apenas si tenía representación. Harto había que correr dentro de casa, levantando manteles y fregando loza.


Corredores del barrio zaragozano de Juslibol, 1926
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El público engrosaba a cada instante; apretábanse las filas de curiosos en continuo hormigueo, y veíanse mezclados y confundidos a los montañeses de la de la Galleguera y el Guarga vistiendo aún el clásico calzón, la faja azul y el estrecho y abarquillado sombrero que rememora el capacete del almogávar, y a los ricos trigueros de los Monegros y la Serreta, tirando a jándalos, con americana y pantalones ceñidos, ancho pavero y calzadas las espuelas.

Desde la meta distinguíase casi toda la ruta que debían de seguir los corredores. Un camino estrecho y polvoriento, semejante a una estría de cal, abierta entre vides y olivos por la falda del monte, hasta perderse en la bajada de barranco.
Gaiteros de Las Parras de Castellote

El sol reverberaba en las peladas y calizas cumbres, bruñía de oro las aserradas cañas de los trigales y en los broncíneos pámpanos y nudosos sarmientos, tendidos sobre la roja arcilla, ponía los toques y el acerado brillo de forja plateresca. Un murmullo sordo, continuado y lento como una plegaria, flotaba en el ambiente caliginoso.

Subidos unos a las tapias que bordeaban el camino; otros a los tejados de los pajares más próximos; otros a las ramas de los árboles, y los más estrujándose y empinados sobre las puntas de los pies, todos miraban con ansiedad creciente al extremo opuesto de la sierra.

Poco a poco, como si un triste presentimiento embargara los ánimos, apagáronse las voces y los murmullos, hasta reinar un silencio grave, solemne, casi angustioso. Los momentos eran decisivos. Una bandada de palomas cruzó sobre la multitud con estrépito de alas saltó por la parte de adentro, colocándose delante.

‑¡Ya están allí, ya se ven! ‑oyóse exclamar por todas partes. Y el oleaje de cabezas humanas se agitaba nuevamente, rumoroso y bravío.

Allá lejos, al final de la estría caliza aparecieron los corredores, semejando miniaturas como de biscuit, ligeras, movibles y esfumadas entre nubes de polvo. Perdiéronse en un recodo del camino y volvieron a aparecer a los pocos minutos. Crecían y se perfilaban insensiblemente; ya podía contarse el número; eran cinco, y de los cinco venían dos casi a la par y delante de todos.

‑¡El primero es Alloza! ‑decían algunos.

‑¡Es Perrincles! ‑exclamaban otros.

La expectación y la ansiedad crecían por instantes. Los andarines avanzaban, blancos, vaporosos, descalzos los pies, al aire las pantorrillas, y sin más vestido que la camisa, los calzoncillos y el pañuelo de la cabeza atado fuertemente a la cintura. Parecía que no tocaban con las plantas en el suelo. Transcurrieron breves momentos; menudeaban los comentarios; ya se distinguían; no había duda. El primero Alloza, el de Tauste; después, y pisándole los talones, el de Mora. Detrás de los corredores y por ambos lados, a modo de escolta, seguíanles grupos de camaradas y amigos.

‑¡¡Tira p'alante, Perrincles!! ‑le gritaban a éste

‑¡¡Apreta que ya es tuyo!! ‑le vociferaban a aquel.


"Ya llega el vencedor", de Julio García Condoy, 1919
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Llegaron a una curva muy pronunciada, y Perrincles, mejor conocedor del camino, la atajó de un salto por la parte de adentro, colocándose delante de su rival.

Un vocerío ensordecedor premió su intrepidez y ligereza.

El viejo Perrincles, en tanto, continuaba arrimado al horcón, quieto, inmóvil, como una efigie de piedra, y puesta la mirada en su hijo.

Entraron los carteristas en la doble fila de espectadores. Con los brazos encogidos, el pecho saliente, la cabeza hacia atrás, entreabierta la boca y el semblante lívido y terroso, parecían arrancados de las metopas del Partenón.

Se acercaba el supremo instante. Llegaban juntos los dos, sordos, anhelosos, inconscientes. Faltábanles cinco o seis pasos. Enmudeció la concurrencia.

¡¡¡Hijoooo!!! ‑gritó entonces el tío Apolinar, alzando los brazos al aire.

Teodoro sintió que la voz de su padre estallaba en su corazón; que un frío y un estremecimiento horribles corríanle por la piel; que le subía fuego a la garganta y lo ahogaba; extendió el brazo instintivamente, como un náufrago que busca la vida; todo fue obra de un instante, un segundo; y al caer, roto un aneurisma, rozó con la mano en el horcón.

El viejo Perrincles no vio, ni pudo ver más que eso, que la mano de su hijo fue la primera que llegó a la meta, pues en ella tenía puestos los ojos y el alma entera. Ciego y convulso, arrancó los tres pollos y salió corriendo en dirección a su casa, a llevarle el trofeo de la victoria a su mujer. Y mientras la gente, muda de espanto, rodeaba el vencedor, que rígido y yerto barboteaba sangre por los labios, el pobre viejo gritaba, calle adelante, enseñando los pollos:

‑¡¡¡Mi hijo, mi hijo ha ganau... mi hijo!!!

Y corría... corría ebrio de entusiasmo radiante de alegría, hermoso, con la hermosura clásica, con el bello gesto de un hijo de la Hélade que se dirige a inmolar las víctimas en el altar de Zeus".
LUIS LÓPEZ ALLUÉ
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